¿Existen los para siempre?
- Ana Zaharciuc
- Apr 19
- 5 min read


«Lo eterno no es lo que permanece, sino lo que se transforma.»
Friedrich Nietzsche
¿Te has preguntado alguna vez si existe el “para siempre”? ¿Si eso que hoy te hace bien, te ilusiona, te llena el alma… durará eternamente? ¿Y si aquello que te duele, que pesa, que te preocupa… también se quedará contigo para siempre?
A veces parece que vivimos intentando controlar ese “para siempre”. A lo que amamos, queremos atarlo, a lo que nos duele, queremos ponerle fin.
Los vínculos, para mí, son el corazón de todo. Son lo que le da sentido a mi vida, lo que me conecta con lo más humano y lo más real. Me entrego con todo cuando construyo un vínculo con alguien o algo: una persona, un proyecto, un lugar. Me importa crear raíces, tejer lazos, cuidar lo que me importa. Por eso, cada vínculo deja una huella tan honda en mí. Porque nunca lo vivo a medias.
Desde muy pequeña, el “para siempre” ya vivía en mí. Mi familia fue mi primer gran amor… y también mi primer gran conflicto. Crecí en un entorno con lazos profundos, mucha presencia y mucho amor, pero también con tensiones, exigencias y heridas silenciosas. Yo creía que todo eso, lo bueno y lo difícil, sería para siempre.
Mi abuela fue una figura muy especial para mí. Cuando la vida nos separó mucho antes de que ella muriera, sentí una ruptura muy profunda. La necesitaba cerca, la quería para siempre. Su ausencia me mostró que hasta lo más puro puede no ser para siempre.
Las amistades siempre han sido una parte fundamental de mi vida. Son vínculos que valoro profundamente, porque en ellos encuentro complicidad, refugio, verdad. Me gusta cuidar a quienes quiero, estar presente, compartir lo cotidiano y lo trascendente. Por eso, cuando una amistad se termina o se transforma, también duele. Porque fue real, porque me importó, porque dejó una parte de sí en mí. Aún cuando algunas de esas amistades ya no están, esas personas me marcaron para siempre. Cada una fue un espejo, un sostén, una historia compartida. Y aunque el tiempo o la distancia hayan intervenido, su valor no se borra. Porque las amistades, cuando son sentidas de verdad, no se olvidan: se integran, se transforman, se quedan en el recuerdo más tierno del alma.
Más tarde, el trabajo. Empecé a enseñar siendo muy joven y lo amé con una intensidad tal que pensé que sería mi camino para siempre. Pero la vida me movió. Me mostró otros senderos. Me resistí en un principio, porque ya me había prometido quedarme en ese “siempre”. Y tuve que aprender que incluso lo más amado puede transformarse.
Y luego llegó el dolor más profundo: la muerte de mi mamá. Otro “para siempre” que se rompió sin aviso. Dejó ausencias, desconexiones, palabras no dichas, heridas difíciles de sanar. Me pregunté si ese dolor también sería para siempre.
Durante años viví con migraña. Un dolor físico tan intenso que me hacía temer que jamás se iría. Mi cuerpo colapsó. Y sentí miedo de no volver a sentirme como yo. Estaba aterrada que esto fuera para siempre. Lo que no comprendía entonces, es que esos dolores también venían a transformarme. No eran para siempre… pero sí dejaron algo para siempre en mí.

Con el tiempo, entendí algo que me dolió aceptar, pero también me liberó: La vida está hecha de ciclos. Nada, ni lo bueno ni lo difícil, dura para siempre. Y eso es parte de lo más humano que tenemos.
Nosotros cambiamos constantemente. Y esos cambios nos empujan a evolucionar, a movernos, a soltar lo que fue, a abrirnos a lo que está por venir. A veces, eso significa dejar atrás personas, lugares, sueños o versiones de nosotros mismos. No como un acto de pérdida, sino como un acto de transformación.
Muchas veces he tenido miedo de ilusionarme, de amar más, de entregarme por temor a que eso que me hace tan feliz tampoco sea para siempre. Pero hoy sé que lo vivido, lo verdaderamente sentido, deja huella. Y esa huella sí es para siempre.
Hay un “para siempre” que no está afuera, sino adentro. Está en lo que nos cambia, en lo que nos transforma. Porque esa persona que en su momento me hizo feliz, que me tocó el alma, que me acompañó un tramo… sí me cambió para siempre. Y aunque ya no esté, su paso dejó AMOR.
Esa etapa en la que enseñé con todo mi corazón, aunque ya no sea igual, sigue viva en mí. Me formó, me sostuvo, me construyó. Y me permitió ver cuál era mi verdadera misión.
Cada momento que vivimos es perfecto. Es justo lo que necesitábamos en ese instante, lo sepamos o no.
Y por eso, hoy elijo abrazar lo vivido, honrar lo sentido y dejar ir el dolor que me impide seguir. Elijo soltar los “para siempre” que me frenan, y abrazar aquellos que se quedan para siempre en el corazón.
Hoy confío. Confío profundamente en que cada etapa, cada cambio, cada persona y cada experiencia me lleva a un lugar más alineado con mi esencia.
Amo lo que hago hoy. Amo quién soy. Y aunque no sé si esto será para siempre, sé que me está dejando una huella tan profunda… que, en mi alma, sí es eterno.

Me seguiré emocionando con los “para siempre” que han quedado grabados en mí, y con los que quiero ahora mismo en mi vida que sean para siempre, porque cada instante vivido, cada risa, cada lágrima, cada transformación, deja su marca. Y eso, eso sí es para siempre.
No hace falta que algo dure toda la vida para que haya valido la pena. No tenemos que aferrarnos a lo que fue o será para sentir que es real. Yo creo que siempre es real cuando el alma así lo siente, sin importar lo que luego pase. No tenemos que tener certezas para dar un paso.
Muchas veces nos paralizamos por miedo a que lo que elegimos no dure. Y entonces no amamos por completo. No avanzamos. No cambiamos de camino. No cerramos capítulos. Como si lo valioso sólo tuviera sentido si fuera eterno.
Gracias, vida. Por todos esos “para siempre” que no duraron… pero me transformaron.
Gracias por traerme hasta aquí. Ahora te voy a contar un secreto. Aunque todo cambia, sí existen personas, proyectos, sueños y "para siempres" como los que siempre hemos creído, esos que son más de película. Esos para siempre que nos acompañan a lo largo de los cambios, realmente para siempre. Son los más mágicos, los que trascienden el tiempo y las circunstancias, y siguen vivos en nuestra esencia, en nuestra día a día y en lo que somos. Cuidemos y valoremos esos vínculos, esos momentos, esos sueños. Digamos siempre en voz alta lo afortunados que somos de tener esos "para siempres" eternos en nuestras vidas, porque sí, esos también existen. Son los que nos dan fuerza, los que nos transforman y nos mantienen firmes, aunque todo lo demás se mueva.
Y a ti que me lees… ¿Cuáles han sido tus “para siempre”? ¿A cuáles te has aferrado? ¿Hay algo que no estés soltando por aferrarte a que sea para siempre? ¿De cuáles para siempre te has despedido? ¿Y cuáles te han cambiado para siempre, aunque ya no estén?
Con amor,
Ana